Título original: Aventuras de un oficinista japonés
Editorial: Bang
Año: 2011
Guion y dibujo: José Domingo
Grado: A
Reseña: Hugo C
Ésta es una reseña importante, en tanto que necesaria para recordarle al amable lector la existencia de una joya oculta en las entrañas de este blog. No sé cuántos habremos leído el álbum en cuestión, pero me atrevo a asegurar que no tantos como hubiésemos debido ser. Es que el problema de Aventuras de un oficinista japonés es que escapa a la clasificación habitual, lo que contribuye a su relativa oscuridad, a pesar de tratarse del álbum ganador del premio a la mejor historieta nacional en el Salón del Cómic de Barcelona de 2012.
¿Cómo clasificar lo inclasificable? Comencemos diciendo lo que no es. No es franco-belga, no es un cómic a la usanza norteamericana, no es manga, no es un tebeo a lo Mortadelo ni tampoco se trata de un bocadillo de jamón y queso. Es un cómic que cuenta una historia pero sin recurrir a globos de diálogo o cuadros de texto, así que hay que esforzar el ojo e ir explorando todas y cada una de las viñetas para sacarle el jugo a las diversas situaciones que se van planteando.
La edición de Bang es bilingüe, por lo tanto lleva paralelamente el título de Les aventures d'un homme de bureau japonais. Bien hubiese podido llamarse 日本のサラリーマンの冒険 y hubiera sido lo mismo, pero su estética remite no tanto al manga como a los cómics de linea clarísima de The Acme Novelty Library de Chris Ware, y en cuanto a su dinámica, por momentos recuerda a los de Harvey Kurtzman, Will Elder o Tom Bunk, cómics con abundancia de lo que Elder llamaba "grasa de pollo", es decir, el abigarramiento de detalles y personajes y objetos en cada cuadro. Cuando digo por momentos quiero decir que Domingo no le teme a las escenas con multitudes pero a la vez no llena la viñeta de detalles sin sentido, sino que los personajes, muchos o pocos, van y vienen con la naturalidad de las olas del mar. Y a diferencia de los cómics de Ware, que suelen atiborrar de viñetas cada página, este álbum mantiene una grilla (casi) inalterable de cuatro viñetas por página. Su estructura narrativa es la de un videojuego de los más tradicionales, de esos en los que el muñequito va del punto A al punto B recolectando objetos y sorteando obstáculos, pero sin la habitual progresión de menor a mayor que suele haber en los juegos de confrontación.
El relato básico es sencillo y lineal: un hombre de mediana edad sale de la oficina y se va a su casa, o al menos, si no queremos dar tantas cosas por sentadas, podemos decir que intenta ir del punto A al punto B. Camisa y corbata, y portafolios en mano, todo sugiere que se trata de alguien que trabaja tras un escritorio, y eso es todo cuanto sabremos de él, más allá de sus reacciones e interacciones.
Las aventuras de este oficinista japonés son muchas. Tantas, que terminan deconstruyendo la premisa original y la transforman en una Odisea, que, como la de Homero, no se resuelve en unas horas sino en días e incluso meses. Muchas cosas –buenas, malas, inclasificables, de importancia variable– le van sucediendo a este oficinista en esta historia que sí, tiene una resolución eventual que para su pleno disfrute requiere de una lectura atenta. Y he aquí el detalle: el hecho de que Domingo no nos abrume con palabras innecesarias no significa que se trate de una lectura liviana, sino que cada cuadro requiere nuestra atención. Se trata de un álbum para leer sin distracciones y de una sola sentada, que puede tomarnos un poco más de tiempo del esperado. Lo bueno es que ese esfuerzo extra se recompensa de sobra con el placer de una lectura espléndida, con un humor sutil y con frecuencia descacharrante.
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