Editorial: Dark Horse / Acme
Año: 1993
Guion: Simon Jowett
Dibujo: John Burns
Grado: D
Reseña: Hugo C
Hace un tiempo reseñé un cómic llamado Bonds. Para que no vayan tras el enlace les recuerdo que lo editó Image, no era gran cosa pero demoró casi dos años en publicar el número 3. Para que vean que en todas partes se cuecen habas, hoy les traigo la reseña de una miniserie de cuatro números que nunca llegó al número 3. Se trata de A Silent Armageddon (1993), una aventura de James Bond sin relación alguna con la miniserie de Image. (Aclaro, porque uno es Bond y lo otro era Bonds. En fin.)
La cosa es que Dark Horse publicó el número 1 de A Silent Armageddon en marzo de 1993 y el segundo en marzo del mismo año. Después, silencio de radio. Leo por ahí que había un tercer número previsto para agosto y un cuarto para octubre, es decir que ya desde el vamos se había quebrado la frecuencia bimestral. (De no ser así, el número 3 hubiera correspondido a mayo y el 4 a julio.) Los mentideros de Internet atribuyen el fracaso de la serie al dibujante, que era bueno pero lerdo para las entregas. Tal vez Burns haya tenido parte de responsabilidad, pero el guión de Jowett tampoco era nada del otro mundo.
En estas dos entregas Bond es un monigote que se limita a aparecer, saludar a Moneypenny, hablar con M y recibir los insultos y agresiones de una niña hosca y desagradable. Se supone que debemos sentir simpatía por este personaje, pero es imposible sentir algo positivo hacia ella. En cuanto a la chica Bond, es una rubia de belleza convencional pero anodina que tarda unas pocas páginas en acostarse con Bond y sólo unas viñetas más en traicionarlo. Hay un hacker (obligatorio en una historia de este tipo) que va cambiando de dueño como una falsa moneda y tal vez hubiera tenido mayor participación en los siguientes fascículos, pero es todo conjetura.) Felix Leiter aparece en un par de viñetas de un flashback.
El único muñeco que plantea un ápice de interés es Klebb, el ejecutor, no sólo porque es visualmente interesante y lleva un apellido que lo vincula con el resto de la franquicia, sino porque es el único que hace algo por entretenernos en estos dos primeros (y únicos) números. Lo suyo no es demasiado creativo ya que es un asesino y lo que hace es matar, pero al menos levanta el culo de la silla y sale y se mueve y hace algo, a diferencia del resto de los villanos de A Silent Armageddon, que se limitan a entrecruzar comentarios ácidos entre ellos para que veamos que son unos antisociales dispuestos a todo, incluso a no pasarte la sal en una cena.
El segundo número cierra prometiendo una confrontación inmediata entre Bond y Klebb, lo que plantea un problema. Sabemos que Bond no va a morir ya que eso significaría el fin de la franquicia, así que uno puede especular un poquito, digamos, que en el número 3, tras una o dos páginas, Klebb se caiga por la ventana o pise en falso o resbale o todo a la vez y muera, pero eso nos deja sin el único personaje más o menos interesante de esta historia, y lo único que nos queda que sea vinculante con la trama hasta ahora es un prendedorcito con el símbolo de Cerberus y tal vez el CD que se pudo haber dejado olvidado la niña insoportable. ¿Cómo haría Bond para evitar que los malos lleven a cabo sus planes, en menos de 40 páginas? Ni idea. No sólo porque en este cómic James Bond es básicamente un paparulo, sino porque nadie se ha tomado la molestia de ponernos al tanto. No, en serio.
Alguien hackea unos códigos de lanzamiento. ¿Quién fue? Ni idea. Una niña tiene un CD que contiene un programa con el que habla a escondidas, como hacía Graciela Alfano con las tostadas. Muy tierno, pero no lleva a ninguna parte y el lector se aburre. En serio, no es que uno esté pidiendo que le dibujen un villano que se refriegue las manos o acaricie a su gato o se tuse el bigote mientras te dibuja su plan en una pizarra, pero eso del CD con el programa que puede desencadenar el fin del mundo tal como lo conocemos no nos mueve ni un pelo. Y si así fuera, el paso cansino al que avanzan (?) estos dos números hace que levantar el ritmo resulte una misión imposible. (Y las misiones imposibles pertenecen a otra franquicia.) Para colmo, como ya he mencionado, los personajes no nos generan la más mínima simpatía, así que poco queda para mantener el interés por este cómic excepto la marca registrada, el hecho de que lo protagonice (?) el agente secreto más conocido del mundo. Con esto en mente, es posible que haber abortado esta miniserie haya sido una más que merecida eutanasia.
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