Editorial: AWA Studios – Upshot
Año: 2020
Guion: Benjamin Percy
Dibujo: Ramón Rosanas
Color: Lee Loughridge
Reseña: Hugo C
Otro cómic de zombis, y van… Si bien ya se escribían historias de zombis antes que George Romero los pusiera en el tapete, con Night of the Living Dead (1969) comienza a arraigarse en el imaginario popular la imagen del zombi creado por alguna pandemia o accidente biológico, nuclear o similar y justificado por un explicación seudocientífica.
Seguro, antes y después hubo y seguirá habiendo muertos vivientes creados a partir del vudú o alguna clase de pacto satánico o lovecraftiano, pero la cultura mainstream actual suele vincular al muerto viviente con la seudociencia. Por ejemplo, en el cine: 28 Days Later (2006), World War Z (2013) y la ya mencionada cinta de Romero y sus secuelas, y en el cómic, The Walking Dead (2003-19), Remains (2004), Raise the Dead (2007) y etcétera. En el caso de Year Zero, una expedición polar desentierra (o deshiela) un cadáver y termina causando el fin del mundo tal como lo conocemos.
O sea que la historia que nos cuenta el bueno de Benjamin Percy es ya muy remanida, a más de 50 años de la peli de Romero y luego de una avalancha de imitaciones mejores y peores. Y sin embargo, no es un mal producto ni mucho menos. Year Zero es una serie limitada de 5 números que no se alarga innecesariamente, no anda con demasiadas vueltas y no explica esas cosas que a estas alturas ya todos conocemos.
Cuenta la historia utilizando varios puntos de vista: no sólo nos muestra el de la científica que descubre al "paciente cero" sino además el de un asesino a sueldo en Japón, el de una mujer afgana, el de un chiquilín mejicano y el de un nerd yanqui atrincherado en su bunker a prueba de zombis, todos ellos tratando de apañárselas en el día uno de la pandemia. Más allá de lo obvio (la supervivencia en medio de la locura) cada personaje tiene su subtrama y su evolución (o involución, según corresponda) y su brevedad evita que se convierta en un culebrón y/o que caiga en demasiados lugares comunes.
Hay un par de flashbacks, pero los justos y necesarios como para terminar de anclar la historia. El dibujo de Ramón Rosanas es más bien correcto y no se interpone entre la historia y el lector y lo mismo se puede decir del color del veterano Lee Loughridge, aunque a estas alturas y con tanto dibujante digital haría falta un poquitín más de esfuerzo para deslumbrar a cualquiera que haya disfrutado de los lápices (analógicos) de un Neal Adams o un Alex Toth.
En síntesis, un producto digno, que no es sólo para fanáticos del género sino para cualquiera que guste de un relato entretenido y con una o dos vueltas de tuerca.
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